PASEO NOCTURNO VENECIA

La góndola avanzaba sin prisa, deslizándose como un susurro entre los canales dormidos de la ciudad. Vestían como princesas de otro tiempo, envueltas en telas que el día jamás les permitiría portar sin preguntas, sin miradas inquisitivas. Nadie sabía de ellas. Nadie debía saberlo. De día, eran sombras que se confundían entre la multitud, pasos discretos que no dejaban huella. Pero en la noche, cuando las calles se vaciaban y la oscuridad envolvía los edificios con su manto de secretos, ellas surgían. Nadie podía decir con certeza cuántas veces habían repetido aquel ritual, ni cuándo comenzó. Solo que, cada noche sin luna, las aguas murmuraban sobre dos figuras fantasmales navegando en silencio, aferradas a faroles que iluminaban lo justo. Nunca demasiado. Los edificios inclinaban sus sombras sobre ellas, cómplices de su pacto. Nadie las detendría. Nadie preguntaría. Porque la ciudad, con todos sus secretos y sus muros gastados, sabía que no hay nada más peligroso que un deseo contenido. Y ellas, deslizándose por el agua en sus vestidos de ensueño, eran la prueba de ello.